jueves, 25 de septiembre de 2008

Para leer la Apología de Sócrates


Para leer la Apología de Sócrates
(Y de paso contextualizar su época)

En el año 406 a. de J. C. pasó a formar parte del Consejo ateniense de los Quinientos, por virtud del democrático sistema de sorteo, Sócrates, hijo de Sofronisco, de la tribu Antióquide, , del “demo” de Alópece. Y era miembro de la Comisión Pritana cuando, pese al criterio de ésta, la Asamblea popular exigía la condena a muerte de los generales que habían combatido en la batalla naval de los Arginusas; él fue el único que hizo frente al furor del pueblo, el único que se negó a apoyar aquella voluntad descabellada.

Años más tarde desobedeció, con peligro de su vida, a los Oligarcas (Treinta Tiranos) cuando le ordenaron prender a León de Salamina para conducirlo a la muerte. Patente queda en uno y otro momento su independencia de espíritu frente a los dos partidos rivales, circunstancia que no podía dejar de serle fatal.

Cuando en 403 volvieron al poder los demócratas y una amnistía reconciliaba a los dos bandos opuestos, aquel hombre apolítico había de sufrir la pena que merecía por haber estado por encima de unos y otros; por haberse mantenido al margen del gobierno oligárquico y sus tropelías; por haber tenido relaciones de tipo personal con algunos miembros; por haber censurado ciertos aspectos del régimen democrático, como su sistema electoral basado en el sorteo.

Una acusación de tipo fundamentalmente religioso (las denuncias de tipo político estaban vedadas por la amnistía) podía ser eficaz: un hombre que hablaba de una divinidad, un «demon» (δάίμωυ) que le acompañaba y cuya voz le había apartado desde su infancia de todo lo que podía ser su mal, era un introductor de dioses nuevos, de dioses extraños a la ciudad; el maestro del “conócete a ti mismo”, el que instauraba una educación de tipo crítico, cuyo carácter antitradicional nos pone tan de manifiesto Platón, era un corruptor (según sus acusadores) de la juventud.

La altanería moral de aquel hombre, su hombría y su actitud filosófica ante la muerte, amén de aquella encantadora ironía que le permitía una vez más burlarse agudamente de sus detractores, fueron el factor coadyuvante de su condena.


Hecho el anterior esbozo, entremos en el detalle de los hechos.

Los nuevos gobernantes y el pueblo ateniense veían a los sofistas como principalísimos causantes de todas las desgracias que la ciudad había sufrido en los últimos años. Y en verdad, políticos como Alcibíades o Critias habían sido vivos ejemplos de lo que las enseñanzas sofísticas podían dar de sí, y la corrupción de las costumbres aparecía motivada en gran parte por esas doctrinas. Pero se cayó en el error de considerar a Sócrates un sofista, sin duda porque sus procedimientos eran semejantes, al menos exteriormente (como su método mayéutico) a los de aquellos hombres, y porque gustaban de seguirle muchos de los clientes de los sofistas, ávidos de escuchar una discusión bien llevada o el sutil análisis de una idea ingeniosa.

No se puede negar que experimentó la influencia de la dialéctica de los primeros sofistas y que, cuando Platón habla de Pródigos como uno de los maestros de Sócrates, no lo hace en un sentido del todo irónico, y también es probable que Sócrates diera, aunque no como pretende Aristófanes en Las Nubes, cierta enseñanza de la retórica; pero la búsqueda y el análisis de la esencia de las cosas le diferenciaban sin duda de aquellos conferenciantes.

Cierto es también que la “Antilogia” de los sofistas y el examen socrático eran dos variantes del método de refutación y que ambas tenían que ver con la dialéctica de Zenón de Elea; pero el procedimiento sofístico es erudito, enciclopédico, verbal –nunca reflexivo-, y en el de Sócrates la erudición está condenada por la afirmación de la insciencia y la conciencia está liberada de toda autoridad tradicional (de ahí procede la enemistad de Aristófanes)

El formalismo sofístico recibe un contenido que varía con la coyuntura exterior y busca la adaptación individual a circunstancias contingentes; el método de Sócrates tiene un contenido permanente y trata de buscar lo universal. El sofista no cree en verdad objetiva alguna, y de aquí que toda afirmación valga para él tanto como su contraria y que el argumento débil pueda convertirse en argumento fuerte; toda ley carece de valor y es una invención de los débiles frente a los fuertes; la ciudad y la familia son pequeñeces de las que debe independizarse el individuo.

¡Qué distinto todo de Sócrates, el sempiterno defensor de la justicia y de las leyes, el enamorado de la ciudad de Atenas, que sólo dejó en contadas ocasiones, para tomar parte en alguna campaña, para luchar valerosamente a su servicio! Pero pesaba mucho su apariencia de sofista y aquel andar de acá para allá interrogando a unos y a otros y poniendo en evidencia la ignorancia de los que estaban más seguros de su propia sabiduría.

Tampoco sus ideas religiosas parecían coincidir gran cosa con las creencias tradicionales. Y así, el comediógrafo Aristófanes nos lo presenta en Las Nubes en su “pensatorio”, donde exige crecidos honorarios a los alumnos a cambio de sus enseñanzas; explica geometría, física, astronomía, meteorología, geografía, las profundidades de la Tierra, etc.; es un ateo, puesto que no cree en los dioses de la ciudad; no sólo es un físico, sino un maestro de retórica y un preceptor de elocuencia forense y política, de quien se puede aprender a hacer triunfar la causa débil o injusta sobre la causa fuerte o justa.

En una palabra, Sócrates en Las Nubes, es la verdadera estampa del sofista. Dicha obra contribuyó a crear un ambiente enrarecido en torno a nuestro filósofo, y es el propio Platón, por medio del discurso que pone en boca de su maestro como defensa ante los jueces, quien levanta una protesta directa y precisa contra Aristófanes y le atribuye una gran parte de la responsabilidad de la muerte de Sócrates.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Los Presocráticos

Fragmentos de algunos de los Presocráticos

En Grecia existía una gran cultura oral que se basaba en cantos y trataba de la vida del hombre y de los dioses, la cual intentaba explicar el porqué de las cosas que sucedían. Con el tiempo esta tradición en manos de personas como Homero y Hesíodo comenzó a tomar una forma mítica y narrativa.

Luego, en algún momento entre el siglo VI y el V a.C., sucedió un quiebre, apareció la filosofía como una forma de querer saber cómo son las cosas.

Pero dicho quiebre no fue abrupto, de tal modo que algunas explicaciones fueron expresadas en forma poética, como el famoso:


Poema Ontológico de Parménides:

Lo pat-ente según el ente.

I.1. Atención, pues; que Yo seré quien hable. Pon atención tú, por tu parte, en escuchar el mito: cuáles serán las únicas sendas investigables del Pensar.

I.2. Ésta: del Ente es ser; del Ente no es no ser. Es senda de confianza, pues la verdad la sigue.

I.3. Esta otra: del Ente no es ser; y del Ente es no ser, por necesidad, te he de decir que es senda impracticable y del todo insegura, porque ni el propiamente no-ente conocieras que a él no hay cosa que tienda, ni nada de él dirás; que es una misma cosa el Pensar con el Ser. Así que no me importa por qué lugar comience, ya que una vez y otra deberé arribar a lo mismo.

I.4. Menester es al Decir, y al Pensar, y al Ente ser; porque del Ente es ser, y no ser del no-ente. Y todas estas cosas en tí te mando arrojar.



Tales el Milesio, dijo:

1. Hazte el garante, que la pagarás.
2. Acuérdate de los amigos presentes y de los ausentes.
3. No trabajes para ser bello de rostro; sé más bien bello de obras.
4. No te enriquezcas con malas artes.
5. No te traicionen tus propias palabras ante los que en ellas confían.
6. No dudes en mimar a los padres.
7. De tu padre no tomes lo vil.
8. Cuanto des a tu padre, otro tanto en tu vejez recibirás de tus hijos.
9. Difícil es conocerse a sí mismo.
10. El placer supremo es obtener lo que se desea.
11. Triste es la ociosidad.


Fragmentos de Heráclito :

1. A pesar de que el Logos existe desde siempre y para siempre, no dan con él los hombres, ni antes de haber oído de él, ni después de haber oído hablar de él por primera vez. Que a pesar de haber sido hecho todo precisamente según este Logos, se parecen a inexpertos que, con palabras y obras semejantes a las mías, ellos tantean mientras que yo explico por lo largo con divisiones y sentencias cuál es la naturaleza de cada una de las cosas.
12. Aún los que se bañan en los mismos ríos se bañan en diferentes aguas.
17. Aunque tropiecen en ellas, no entienden los más semejantes cosas ni las comprenden aunque las aprendan; pero se figuran entenderlas.
33. También se llama Ley el someterse a la voluntad de uno
34. Los imbéciles oyen como oyen los sordos. Y lo confirma el refrán de que “aún presentes están ausentes”.
35. Es menester que los “amantes de la sabiduría”estén mucho y bien instruidos en multitud de cosas.
49. En los mismos ríos nos bañamos y no nos bañamos en los mismos; y parecidamente somos y no somos.
56. Acerca del conocimiento de lo patente se engañan los hombres, cual se engañó Homero, el más sabio entre los griegos todos, que se dejó engañar cuando chiquillos matapulgas le decían: cuanto vimos y tomamos lo soltamos; y traemos cuanto ni vimos ni tomamos.
57. Maestro de los más es Hesíodo. Y creen que él es quien más cosas sabe, cuando ni siquiera conoció que el Día y la buena consejera de la Noche son sino uno.


Periandro, el Corinto, dijo:

1. Sé solícito en todo
2. Bella cosa es la tranquilidad
3. Muy peligrosa es la precipitación
4. Vergonzoso el lucro
5. Acusación pública contra la naturaleza
6. Democracia es mejor que tiranía
7. Los placeres son cosa mortal; las virtudes, por el contrario, son inmortales
8. En la próspera fortuna sé comedido; en la adversa, sensato.
9. Mejor es morir como pobre que vivir como miserable
10. Hazte digno de tus padres
11. Que se te alabe en vida, que se te beatifique en muerte
12. Sé siempre el mismo para con los amigos, estén en próspera o en adversa fortuna.
13. Cumple lo que voluntariamente prometiste, que es de perversos faltar a la palabra.



Fuente: Los Presocráticos, FCE, Colección Popular, México, 1996.